LEAMOS AL MAESTRO LOMBARDOSigue vigente el pensamiento del maestro Vicente Lombardo Toledano, tanto como las enseñanzas de su acción práctica al frente de las organizaciones obreras de México y del mundo.Es necesario que los maestros mexicanos , entre ellos los que construimos un proyecto sindical y educativo alternativo al del neoliberalismo, leamos el texto que hoy se publica -en el 115 aniversario de su natalicio, ocurrido el 16 de julio de 1894-y en el que define ,entre otros temas, el carácter de frente único del sindicato, la pluralidad en la que conviven las diferentes corrientes ideológicas y el compromiso de los maestros del SNTE en la defensa del Artículo Tercero Constitucional.Tenemos en Lombardo una guía para la acción en la construcción del movimiento democrático magisterial poblano. Miguel Guerra Castillo
* Versión taquigráfica de la conferencia sustentada en el local de la Sección 10, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, sito en Belisario Domínguez Núm. 32, 3er. Piso, en julio de 1961
Compañeras y compañeros:Dentro del programa de reuniones regionales ―que el Sindicato nacional de Trabajadores de la Educación ha realizado en diversos lugares de nuestro país― corresponde a las secciones del d. f. celebrar un ciclo de conferencias con temas de importancia.
Fui invitado para disertar acerca de la doctrina del movimiento sindical. Me parece que el tema fue bien escogido, porque a pesar de los años que tiene ya el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y, en general, el movimiento sindical de nuestro país, todavía existen algunas confusiones que es necesario disipar para que el trabajo de los maestros sea más eficaz todavía de lo mucho que ha sido hasta hoy.
¿Qué son un sindicato, una federación de sindicatos, una confederación de sindicatos y una organización internacional de sindicatos? Para mí, lo mismo es la unidad básica sindical, la agrupación de los obreros de un centro de trabajo, que una central sindical nacional y una organización internacional sindical. Se trata, en todos los casos, de organizaciones de masas constituidas para la defensa de los intereses económicos y sociales de los trabajadores.
Por eso se denominan también agrupaciones de frente único, dando a entender que lo substancial de ellas es la decisión de quienes las integran de defender en común sus derechos y sus intereses comunes. Como consecuencia de su carácter, la organización sindical puede formarse por individuos que sustenten una o varias doctrinas filosóficas o que carezcan de inquietudes teóricas, que tengan una creencia religiosa cualquiera que sea o que no profesen ninguna, que militen en un partido político o que no pertenezcan a ningún partido.
¿Por qué? Porque el derecho de pensar y de expresar libremente el pensamiento, y el derecho de actuar en asuntos políticos, son derechos del hombre o garantías individuales, que constituyen, según la estructura jurídica de México, la base y el objeto de las instituciones públicas.
El artículo primero de la Constitución declara que todo individuo gozará de las garantías que ella otorga y que no podrán nunca restringirse ni suspenderse, sino en los casos en que la propia Carta señala: graves trastornos públicos o en el caso de guerra con uno o varios países extranjeros. El artículo sexto de la Carta Magna es el que reconoce el derecho de libre manifestación de las ideas; el artículo noveno el derecho de participar en política, y el artículo 24 la libertad de profesar una creencia religiosa.
Esos derechos del hombre o garantías individuales no pueden renunciarse; no se pueden ejercitar por conducto de otros individuos o agrupaciones de individuos, porque son personales e intransferibles. Las garantías sociales, es decir, las garantías colectivas, que también reconoce la Constitución, especialmente en sus artículos 27 y 123, no son superiores a las garantías individuales ni éstas a las otras. Los dos grupos de garantías, individuales y sociales, forman la base de la organización política y jurídica de la nación mexicana. De estas consideraciones se deducen algunos principios para el movimiento sindical.
Los sindicatos de trabajadores, las federaciones y confederaciones o centrales nacionales de sindicatos, no pueden obligar a sus miembros a sustentar una determinada doctrina filosófica; no pueden vincularse a una Iglesia o a una agrupación religiosa; no pueden depender de un partido político. Y lo mismo que se dice de las agrupaciones sindicales de un país, se puede afirmar de una organización sindical internacional. Más aún, por la misma fisonomía de las organizaciones sindicales, no puede haber discriminación entre sus miembros por razón de sexo, raza, nacionalidad, profesión u oficio o del grado de su cultura. Porque lo que define a un miembro de un sindicato es su condición de asalariado, es decir, su dependencia económica de un patrón, ya sea un empresario individual, una sociedad mercantil o el Estado.
Por eso, cuando los sindicatos pierden sus características, pierden también su fuerza. La primera condición de la eficacia de las agrupaciones sindicales es su independencia. Su independencia de clase, porque sus integrantes, con sus ideas, sus creencias y su militancia política personales, forman una sola clase social: la clase trabajadora, y ésta tiene intereses distintos a la clase de los patrones que constituyen la burguesía, ya se trate de la burguesía que detenta el poder o de la que actúa fuera del gobierno.
La independencia de la clase trabajadora y el carácter de frente único de sus sindicatos, no suponen, sin embargo, que carezcan de un programa, de objetivos inmediatos y de metas futuras, y de una teoría acerca del desarrollo de su país y de los anhelos que persigue el género humano. Tampoco que carezcan de una línea estratégica y táctica para alcanzar sus propósitos. En este sentido, el movimiento sindical se divide en varias corrientes de opinión. La que sólo se preocupa por mejorar el nivel de vida de la clase trabajadora sin importarle su futuro. Esta corriente se denomina comúnmente el economismo. La corriente que está de acuerdo en el mantenimiento del régimen de la propiedad privada de los medios de producción, tratando de obtener de la burguesía los mayores beneficios. Es la corriente de la colaboración de las clases sociales. Otra más es la corriente que acepta la transformación del régimen capitalista paulatinamente confiando en que por sus contradicciones internas llegará un día en que la clase obrera tendrá el poder sin grandes esfuerzos. Es la corriente llamada reformista. Por último, la que estima que el sistema capitalista de producción debe ser sustituido por el sistema socialista, y para ello hay que crear las condiciones objetivas y subjetivas en el seno de cada país para llegar al socialismo, aprovechando la coyuntura histórica favorable para ese propósito. Esa es la corriente revolucionaria.
Consideradas así las diversas corrientes de opinión en que se divide el movimiento sindical, sólo hay, de hecho, dos corrientes que subsisten: la reformista y la revolucionaria. Porque las otras: la del economismo y la de la colaboración de clases sociales, no se proponen reemplazar al régimen capitalista por el sistema socialista de la vida social.
Esta cuestión plantea un grave problema, una cuestión muy importante para la clase trabajadora. Mientras se logra el advenimiento del socialismo. ¿Nada positivo se puede hacer dentro del régimen capitalista en beneficio de la clase obrera? Los anarquistas, desaparecidos casi completamente en el mundo entero, sostuvieron la tesis, a fines del siglo xix y en las primeras décadas del actual, de que había que luchar sistemáticamente contra el régimen de la propiedad privada, contra el Estado burgués, contra las iglesias y las creencias religiosas, contra las medidas de beneficio parcial para la clase trabajadora, para que todo el edificio de la sociedad viniese a tierra y fuera sustituido por los trabajadores. Pero la experiencia en todos los países en donde la doctrina anarquista tuvo alguna influencia, demostró que tanto su concepción del cambio de la sociedad como los métodos de lucha que ellos preconizaban, eran falsos y conducían a constantes derrotas.
Es cierto que el cambio del sistema de producción y la organización política de la sociedad no se realizan por la vía del sindicalismo, sino por la de un partido político de la clase obrera, cuyos miembros tienen la misma filosofía social, las mismas ideas políticas, la misma estrategia y táctica, y se proponen la sustitución de la burguesía por la clase obrera en el aparato del Estado. Pero los grandes cambios en la historia de la sociedad humana no se realizan de la noche a la mañana, sin antecedentes y sin preparación. Por eso, dentro del régimen capitalista no sólo es posible, sino necesario, que la sociedad progrese y que se puedan crear las condiciones necesarias para la transformación definitiva de la vida colectiva.
El paso de la esclavitud al sistema feudal fue una revolución. El paso del feudalismo al capitalismo fue una revolución también. El paso del capitalismo al socialismo implica, de igual manera, una revolución. Lo esencial en una revolución es el remplazo de la clase social que gobierna por una clase social nueva y más avanzada. En el caso del capitalismo y del socialismo, la clase burguesa debe ser remplazada por la clase obrera; pero esta revolución, la del proletariado, la revolución socialista, no es un camino recto ni fácil. Está lleno de obstáculos, de tramos complicados, de periodos de ascensión y de etapas de estancamiento. Lo que importa, en consecuencia, es saber cómo actuar dentro de un sistema complejo de la vida social, avanzando siempre con el menor número de derrotas, aprovechando los factores propicios y las circunstancias nacionales e internacionales favorables.
Esto que acabo de expresar es el marco general de la acción de la clase trabajadora para el logro de sus propósitos inmediatos y futuros, porque en cada país debe tomar en cuenta, si quiere acertar, la historia de su pueblo, sus experiencias, su sicología y su cultura, para formular su línea estratégica y táctica.
¿Qué es la estrategia? La estrategia consiste en aumentar el número de los aliados y en quitarle al enemigo o al adversario los suyos, y la táctica en emplear la fuerza propia y la de los aliados, en el momento oportuno, para lograr las metas que se persiguen.
En los países de gran desarrollo capitalista que han entrado a la etapa del imperialismo, los aliados de la clase obrera son muy pocos: los intelectuales de ideas avanzadas y los grupos sociales muy explotados y oprimidos, como sucede actualmente en los Estados Unidos de Norteamérica. En esos países la burguesía llegó hace tiempo a la concentración del capital a través de los monopolios y a la centralización de la economía nacional, o sea, a la subordinación de los monopolios de la producción y de los servicios a los monopolios del crédito y de las finanzas.
En los países en desarrollo como el nuestro, en cambio, los aliados de la clase trabajadora son muchos. En primer lugar las masas rurales, que siguen siendo la población económicamente activa más numerosa; los núcleos de población indígena no incorporados todavía en el proceso de la economía nacional; los pequeños auténticos propietarios rurales; los pequeños industriales y los artesanos, los trabajadores de los talleres; los pequeños comerciantes, y otros sectores de la población entre los cuales destacan los de la clase media, como se llama comúnmente a la pequeña burguesía Pero se plantea también para la clase trabajadora la cuestión relativa a la burguesía nacional. Porque en un país como México, fuertemente influido aún por los monopolios extranjeros, la lucha de clases no es sólo un fenómeno interno entre los asalariados y los propietarios de los instrumentos de la producción económica, sino también entre los intereses de la nación y el imperialismo. ¿Puede considerarse a toda la burguesía nacional como un instrumento del imperialismo? Evidentemente no. Sólo a una parte de ella, porque hay una contradicción de intereses entre la burguesía mexicana que quiere desarrollar sus negocios y la burguesía imperialista que quiera adueñarse del mercado interior y, además, del mercado de exportación de los productos nacionales.
Pero aparte de estos dos sectores de la burguesía, hay uno, que es el que se halla en el poder. ¿Qué intereses representa la burguesía que gobierna? No los intereses de cada una de las personas que la integran, sino el interés del conjunto de la nación en la medida en que la nación tiene intereses colectivos e indivisibles. No toda la burguesía se puede considerar como aliada o sometida al imperialismo, sino sólo aquella que está ligada económicamente a los monopolios extranjeros.
Pero en nuestro país existe, además, un hecho que lo diferencia de otros países y que consiste en que ha ocurrido un proceso de nacionalización de los recursos naturales del territorio y de las ramas fundamentales de la producción y de los servicios públicos. Este hecho no es insólito en el mundo; pero es peculiar de México. En el resto de la América Latina apenas se apunta el desarrollo con esa orientación. Tiene una importancia enorme porque ha creado una forma de capitalismo basado, por supuesto, en la propiedad privada de los instrumentos de la producción; pero con formas que corresponden a un país que todavía hace cincuenta años dependía de un modo absoluto del capital extranjero.
Cuando se piensa en que hace apenas medio siglo —la vida promedio de una generación—, dependíamos de un modo completo del capital extranjero y, particularmente, del norteamericano, y examinamos con criterio objetivo y crítico el panorama de hoy, tenemos que convenir en que el México actual es diferente del México de hace unas décadas, en lo que es substancial del proceso histórico de una nación cualquiera. El petróleo, la electricidad, el carbón mineral, los derivados del petróleo, todas las ramas de la industria energética estaban en poder de empresas extranjeras. Los principales transportes, comenzando por los ferrocarriles, pertenecían a empresas que tenían su sede en el exterior, que los habían constituido como un apéndice de la gran red ferroviaria de los Estados Unidos, para poder exportar con facilidad los minerales que aquí explotaban.
Dependían también del extranjero muchos servicios públicos, y el capital nacional estaba reducido a actividades menores, dentro de un mercado interno incipiente o insuficientemente desarrollado todavía. La industria manufacturera era la industria típica de un país colonial, y las finanzas estaban influidas por una cadena de bancos privados, agencias de las instituciones del crédito del exterior, que manejaban los más importantes negocios.
¿A qué se debió el cambio? Ante todo a la reforma agraria. El hecho de haber destruido la estructura económica del siglo xix, basada en el latifundismo, en la concentración de la tierra en pocas manos; el de haber distribuido la tierra entre un número considerable de trabajadores rurales; el de haber aumentado el número de productos agropecuarios —diversificando la producción—, creó un mercado nacional que no existía.
Por la primera vez, a pocos años de la aplicación de la reforma agraria, se fue formando un verdadero mercado nacional. Antes de la revolución había mercados regionales, porque la falta de comunicaciones y transportes hacía muy difícil el intercambio entre las zonas de producción y las zonas de consumo. Las haciendas eran las proveedoras de alimentos de las regiones próximas. Sólo los granos de las zonas agrícolas cercanas a las grandes ciudades formaban el mercado nacional.
La revolución cambió las cosas, y en la medida en que la reforma agraria se fue aplicando, el mercado doméstico se amplió y empezó a desarrollarse la industria de transformación para satisfacer la demanda creciente. La industria nacional de hoy, es fruto directo de la reforma agraria.
Pero si la revolución se hubiese detenido en la reforma agraria, aún cumplida totalmente; si se hubiera limitado a la aplicación de los derechos de la clase obrera, y no hubiera adoptado nuevas metas en el curso de su evolución, México sería en la actualidad una colonia de los Estados Unidos de Norteamérica.
¿Cuál es la causa del desarrollo de los últimos tiempos? La nacionalización. Ante todo, la nacionalización de los recursos físicos del territorio: el suelo, el subsuelo, las aguas interiores y las marítimas, los recursos forestales, etcétera. Y ante una llamada iniciativa privada que todavía hace unos años se proclamaba como el conjunto de las “fuerzas vivas” de nuestro país, aunque carecía de capitales fuertes y copada por el crédito extranjero, el Estado se vio obligado a asumir el papel no sólo de coordinador de la economía, sino de productor directo y de manejador de los intereses colectivos del pueblo y de la nación.
Estos son los hechos que nos han llevado a la situación actual, que podría definirse, desde el ángulo en que la considero, de capitalismo de Estado, que no persigue ganancias, y cuya mira política histórica consiste en lograr la plena independencia de la nación mexicana.
Por eso hay que preguntar: ¿Puede la clase trabajadora de nuestro país cerrar los ojos ante este proceso importante? ¿Debe o no debe apoyar la política de la nacionalización que adopta formas eficaces para el desarrollo, substituyendo el capital extranjero por el capital nacional y haciendo posible la liberación de México? Considero que la respuesta es obvia: la clase trabajadora debe apoyar esa política y contribuir a que se fortalezca, sin que esta actitud signifique, de ninguna manera, que la lucha de clases deba ser frenada o considerada como desaparecida, porque es un fenómeno congénito al régimen capitalista de producción y no puede desaparecer sino cuando ese régimen concluya históricamente.
Todavía hay quienes se atreven a afirmar que la lucha de clases debe desaparecer de nuestro medio. Pero debemos recordar que la naturaleza no esta constituida sólo por fenómenos de carácter físico, geológico, meteorológico y cósmico, sino también por fenómenos de carácter biológico y por fenómenos
sociales, puesto que el hombre habita la Tierra y es el transformador de la naturaleza. Esto significa que cuando se habla de la lucha de clases, siendo ésta un fenómeno social inherente al régimen capitalista de producción, se está hablando de un fenómeno de la naturaleza, que no desaparece sino cuando las causas que lo engendran desaparecen también. Decir que por un acto de la voluntad puede liquidarse la lucha de clases, equivale a prohibir las lluvias, las sequías, los temblores de tierra, el calor, el frío, la influencia cósmica sobre el pequeño planeta en que habitamos, y otros fenómenos de este carácter.
Cuándo se habla de los deberes de la clase trabajadora de nuestro país, no hay que olvidar que si se le plantea el problema de contribuir al desarrollo progresivo de la sociedad, no se está planteando la supresión de la lucha de clases. Sin renunciar a la elevación constante del nivel de vida, a mejores salarios, a una jornada de trabajo más reducida y al aumento de las prestaciones sociales, es indudable que la clase trabajadora tiene el deber de contribuir a la liberación económica de México respecto del extranjero. ¿Sólo por sentimiento patriótico? Sí, por sentimiento patriótico; pero no exclusivamente por ese sentimiento. También hay un interés propio de clase: en la medida en que México sea independiente del extranjero se va allanando el camino de la liberación histórica de la clase obrera.
Porque en la actualidad, la clase trabajadora, en términos generales, es doblemente dependiente: dependiente de la explotación natural del sistema capitalista de producción, y dependiente de la influencia perturbadora de los monopolios extranjeros. Uno o dos ejemplos bastarán para comprender el alcance de ésta mi afirmación. Hasta hace unos años todavía el salario de los obreros en las minas de nuestro país, no el mínimo, sino el de los obreros calificados, oscilaba según el precio de la onza de plata en el mercado internacional. ¿Qué pasa con las cosechas de verduras en la mejor región de esta rama de la agricultura que es Sinaloa? Mal año para la producción de tomates en el sureste de los Estados Unidos, en una parte de California y en el Hawai. Gran demanda del tomate mexicano. Buena cosecha, se cierra la frontera. Y lo mismo ocurre con el algodón y con el café, las fibras duras, particularmente con el henequén y otras mercancías que los monopolios norteamericanos obtienen de otros países y lanzan al mercado mundial.
Durante muchos años México fue un gran productor de garbanzo. Había dos mercados principales que absorbían ese producto: España en primer término, y Cuba en segundo lugar. Cambiaron las condiciones en la península ibérica, y las condiciones en Cuba y casi se suprimió la producción en Sinaloa y en Sonora. Los ejemplos pueden multiplicarse, porque casi no hay un producto nuestro que no esté sujeto a esas influencias.
Si nuestro país se va emancipando del extranjero, tiene que pensar en una cosa fundamental: el mercado interior. Porque cuando un país se desarrolla a tal punto que la principal clientela, para su producción, está constituida por los compradores nacionales, los excedentes no pueden detener el desarrollo económico. Pero cuando un país vive principalmente de lo que vende al extranjero, es que no ha alcanzado todavía su verdadera independencia.
Liberar, pues, a nuestro país del extranjero, es facilitar el camino de la clase trabajadora. En consecuencia, hay que luchar por la política de la nacionalización sistemática de nuestros recursos y de nuestras ramas fundamentales de la producción y de los servicios.
En el caso de los trabajadores del Estado, hay que hacer algunas consideraciones complementarias. El Estado en México es un patrón. Esta es una conquista de la clase obrera. Muy pocos de los maestros que están en esta sala saben que quien sentó el precedente de que el Estado es patrón en México, respecto de los maestros, fue el movimiento obrero, a través de la Federación Nacional de Maestros fundada en el año de 1926, que fue la primera organización sindical del magisterio. Había una huelga en el puerto de Veracruz, seis meses hacía que no se pagaban los salarios de los maestros dependientes del municipio y del gobierno del estado. La naciente federación peleó, y después de largas y enojosas discusiones en presencia del pueblo, como en los viejos cabildos de España, el alcalde, que era un hombre de la clase trabajadora —vendía pescado en el mercado—, dijo: tienen razón, yo acepto que el ayuntamiento es patrón de los trabajadores.
La Federación Nacional de Maestros logró que se hiciera un acta bien fundada desde el punto de vista jurídico y social, y dos o tres semanas después, con motivo de una huelga en los trabajadores de camiones de la ruta de Azcapotzalco, hubo otro precedente igual, hasta que logramos que se llegara a la jurisprudencia reconociendo que el Estado en México es un patrón respecto de sus servidores.
Ahora ese patrón es muy poderoso. Porque antes se reducía su jurisdicción a los empleados de la administración pública y a los maestros de escuela; en tanto que hoy, trata con los sindicatos más poderosos del país, los de los organismos descentralizados: los Ferrocarriles Nacionales, Petróleos Mexicanos, las empresas de la electricidad, etcétera. En esta gran lucha, lucha histórica, el snte ha tenido un papel muy valioso, por haber surgido del movimiento obrero y haber conservado con él ligas muy profundas.
Por otra parte, en el caso de los trabajadores del Estado, además de exigirle al Estado, como patrón, mejores condiciones de vida, es indudable, asimismo, que tienen la obligación de impulsar a los organismos descentralizados que por el proceso de nacionalización de la economía y de los servicios se han establecido. ¿Para qué? Para que vigilen el cumplimiento de los objetivos para los cuales fueron creados esos organismos.
¿Qué es lo que distingue a una empresa del Estado de una empresa privada? La finalidad de la producción o del servicio. Toda inversión privada persigue las mayores ganancias posibles. Toda inversión del sector público persigue los mayores beneficios posibles para la comunidad, para el conjunto de la sociedad. Por esta razón, las medidas recientes del actual gobierno para coordinar la labor de los organismos descentralizados, y para que sus ingresos y egresos sean aprobados por la Cámara de Diputados, y otras medidas semejantes, son normas valiosas para el éxito de la economía nacionalizada.
Todo esto quiere decir que la clase trabajadora no puede colocarse al margen del proceso histórico y dejar que la burguesía realice la tarea de hacer progresar a nuestro país con independencia. Esta misión histórica le corresponde, precisamente, a la clase trabajadora, como abanderada de las luchas del pueblo.
El magisterio es un sector de la clase trabajadora que sirve al Estado. Tiene el derecho de progresar económicamente; pero tiene también otra misión que cumplir, una muy alta tarea: la de contribuir a la formación de la conciencia nacional de sus habitantes, educando a las nuevas generaciones y a los adultos. Por esa razón, cuando los trabajadores de la producción y de los servicios hacen de sus sindicatos escuelas de adoctrinamiento, de preparación teórica para la lucha de clases, están cumpliendo con su deber; pero cuando los maestros de escuela en todos los niveles de la enseñanza, además de hacer de sus agrupaciones escuelas de preparación para la lucha de clases en el ámbito de nuestro país, son conscientes de que su finalidad suprema es la de formar el nuevo tipo de hombre que México necesita, nada es comparable a esta labor por su trascendencia histórica.
Los regímenes de la producción material son reemplazados por otros cuando surge un movimiento social profundo, es decir, una revolución. La producción basada en los esclavos fue sustituida por la producción basada en los siervos de la gleba; pero las ideas de la etapa esclavista se mantuvieron todavía dentro del sistema feudal. Cuando la burguesía revolucionaria en el escenario de Europa alcanza el poder y liquida el feudalismo, el sistema de producción feudal se derrumba; pero las ideas del feudalismo continúan aún dentro del sistema capitalista. Cuando el capitalismo desaparece porque es reemplazado por un sistema más avanzado, que es el sistema de la producción socialista, todavía las ideas de la etapa capitalista sobreviven dentro del nuevo régimen social.
Y no solamente existen esas supervivencias, sino que hay entre ellos un encadenamiento. No ha habido interrupción entre el pensamiento más antiguo de la humanidad y el pensamiento actual. Aun cuando no se acepte, el pasado, siempre es motivo, por lo menos, de referencia, dentro del debate de las ideas, a través del tiempo y del espacio.
Muchas cosas deben morir en México, en la conciencia de los mexicanos, correspondientes al pasado: ideas y prejuicios nacidos de la ignorancia; temores, miedo al porvenir; sentimientos nobles, pero equivocados, como el de un nacionalismo estrecho, cerrado, sin ligas con la perspectiva de la humanidad, o el concepto aldeano de una cultura local, que pretende bastarse a si misma.
Nosotros, los hombres de esta generación y los de la nueva, ya no pensamos como nuestros padres y nuestros abuelos, porque ellos vivieron en etapas que han sido rebasadas por la historia. Sin embargo, muchas de las normas del pensamiento del pasado todavía se esconden en todos, en la conciencia individual, en el seno del hogar, de la familia, en el lugar de trabajo y en el ámbito del país. Los maestros tienen la tarea de contribuir a que ese pasado que debe desaparecer, no siga teniendo influencia en el pueblo; pero para lograr este objetivo, es necesario reemplazar las ideas del pasado por nuevas ideas.
Por ventura para México, no hay nada que inventar a este respecto. El artículo tercero de la Constitución contiene para el periodo histórico que estamos viviendo, una tesis muy positiva acerca de las tareas pedagógicas, sociales y políticas de los maestros. Sin el artículo tercero, ni la revolución de Reforma ni la revolución que se inició en 1910, podrían encauzarse sistemáticamente desde el punto de vista de la formación ideológica de las nuevas generaciones.
Cuando pensamos —y eso lo saben los compañeros dirigentes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y los compañeros de sus secciones, que han ido a las asambleas internacionales del magisterio—, que todavía en Francia, en este año, en la patria de la revolución democrática, con la cual su inaugura la etapa moderna de la humanidad, en el país de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se está discutiendo si la escuela pública
debe ser laica o no, es muy satisfactorio leer otra vez el artículo tercero de nuestra Carta Magna. Cuando en reuniones del magisterio se discute todavía, aunque parezca increíble, si los maestros de escuela deben considerarse como proletarios o no, porque la palabra proletario los ofende —sin meditar en su verdadero contenido—, o si deben estimarse como gentes de la clase media, es decir, una clase superior a la clase trabajadora, es muy placentero volver a leer el artículo tercero de la Constitución.
Por eso es tan violentamente atacado el artículo tercero; pero ya sin esperanza de éxito. Es inútil que las fuerzas regresivas de nuestro país pretendan derogar el artículo tercero, como sería inútil si emprendieran la lucha para derogar el artículo 27 o el artículo 123 y otras de las normas supremas del derecho público mexicano, porque esas instituciones vienen de muy lejos.
En estos días en que hemos recordado a Morelos, los que descubren la historia súbitamente, porque no habían meditado en su contenido, se asombran de que en las orientaciones del gran caudillo de la insurgencia se encuentran ya los gérmenes, las bases de la organización constitucional actual de nuestro país. Hace unas semanas, hice un cotejo entre cada uno de los “Sentimientos de la Nación” de Morelos, y los artículos de la Constitución actual. Excepto la disposición relativa a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, que corresponden a una situación diferente a la de hoy, todos, absolutamente todos los “Sentimientos de la Nación” corresponden a normas precisas de la Carta Magna. En el pensamiento de Hidalgo se hallan también los trazos del México del porvenir. Los dos fueron figuras geniales en su tiempo y para todos los tiempos. Por eso, hablar de derogar el artículo tercero, el 27 o el 123, es pretender luchar contra la historia de un país viejo en el combate por la libertad y por el progreso.
Compañero Robledo, compañeros dirigentes del snte, compañeras maestras y maestros: ojalá que estas consideraciones que no son, por supuesto, exhaustivas en cuanto al tema sobre el que acabo de discurrir, puedan servir de meditación y de estudio sistemático de los problemas que planteo. Creo que así puede ser, porque en alguna ocasión, no muy lejana, dije que el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación al cual yo me honro en pertenecer como miembro de la sección 10, aunque no milite en sus filas, se encuentra en la vanguardia de los movimientos sindicales de México, porque se preocupa tanto de los problemas económicos y las reivindicaciones sociales del pueblo, como de los grandes problemas nacionales o internacionales, ya que nada de importancia, de lo que ocurre en el mundo le es ajeno.
Cuando una agrupación, como el snte, lucha al mismo tiempo por mejores salarios para sus miembros, por mejores garantías, mejores servicios, más amplia preparación profesional y levanta su voz en favor de la política internacional de México. Sostiene y explica qué son los principios de autodeterminación y de no intervención y hace oír su voz enérgica de protesta por la invasión de Santo Domingo y por la guerra infame que el imperialismo yanqui mantiene en Vietnam, la clase trabajadora de nuestro país debe sentirse satisfecha de la obra que cumple el magisterio de nuestra patria. Yo así lo reconozco.